Mensaje de Juan Pablo II a la Orden del Carmen y a la Orden de los Carmelitas Descalzos, con ocasión del 750° aniversario del Escapulario de María
A los Reverendísimos Padres JOSEPH CHALMERS, Prior General de la Orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo (OCarm), y CAMILO MACCISE, Prepósito General de la Orden de los Hermanos Descalzos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo (OCD)
1 - El providencial evento de gracia, que ha sido para la Iglesia el Año jubilar, la induce a mirar con fe y esperanza el camino apenas iniciado del nuevo milenio. “Nuestra andadura, al principio de este nuevo siglo – he escrito en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte – debe hacerse más rápida... Nos acompaña en este camino la Santísima Virgen, a la que... he confiado el tercer milenio” (n. 58).
Con profundo gozo he sabido, por tanto, que la Orden del Carmen, en sus dos ramas, antigua y reformada, quiere expresar su amor filial a su Patrona dedicándole el año 2001, a Ella que es invocada como Flor del Carmelo, Madre y Guía en el camino de la santidad.
Al respecto, no puedo dejar de destacar una feliz coincidencia: la celebración de este año mariano para todo el Carmelo tiene lugar, según lo transmite una venerable tradición de la misma Orden, en el 750° aniversario de la entrega del Escapulario. Se trata, por tanto, de una celebración que constituye para toda la Familia Carmelita una magnífica ocasión para profundizar en su espiritualidad mariana y vivirla cada vez más a la luz del lugar que la Virgen Madre de Dios y de los hombres ocupa en el misterio de Cristo y de la Iglesia y, por tanto, seguirla a Ella, que es la “Estrella de la Evangelización” (cf. Novo Millennio Ineunte, 58).
2 - Las diversas generaciones del Carmelo, desde sus orígenes hasta nuestros días, en su itinerario hacia la “montaña santa, Jesucristo nuestro Señor” (Misal Romano, Colecta de la Misa en honor de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, 16 de julio), han intentado plasmar su propia vida según los ejemplos de María.
Por ello, en el Carmelo, y en toda alma movida por el afecto tierno a la Virgen y Madre Santísima, florece su contemplación: de Ella que, desde el principio, supo estar abierta a la escucha de la Palabra de Dios y ser obediente a su voluntad (cf. Lc 2, 19.51). De hecho, María, educada y formada por el Espíritu (cf. Lc 2, 44-50), fue capaz de leer en la fe su propia historia (cf. Lc 1, 46-55) y, dócil a las inspiraciones divinas, “avanzó en la peregrinación de la fe y conservó fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, junto a la cual, por designio de Dios, se mantuvo en pie (cf. Jn 19, 25); sufrió profundamente con su Unigénito y se unió con ánimo materno a su sacrificio” (Lumen Gentium, 58).
3 - La contemplación de la Virgen nos la presenta como Madre solícita, viendo crecer a su Hijo en Nazaret (cf. Lc 2, 40.52), siguiéndolo por los caminos de Palestina, acompañándolo en las bodas de Caná (cf. Jn 2, 5), y, al pie de la cruz, convirtiéndose en Madre asociada a su oblación y entregada a todos los hombres en el don que el mismo Jesús hace de Ella a su discípulo predilecto (cf. Jn 19, 26).
Como Madre de la Iglesia, la Virgen Santa está unida a los discípulos que “perseveraban unánimes en la oración” (Hch 1, 14) y, como Mujer nueva que anticipa en sí lo que un día se realizará para todos en la plena fruición de la vida trinitaria, es elevada al cielo, desde donde extiende el manto de su misericordia sobre los hijos peregrinos en camino hacia el monte santo de la gloria.
Una actitud contemplativa de la mente y del corazón como esta lleva a admirar la experiencia de fe y amor de la Virgen, que ya vive en sí lo que cada fiel desea y espera realizar en el misterio de Cristo y de la Iglesia (cf. Sacrosanctum Concilium, 103; Lumen Gentium, 53). Por esto, los carmelitas, en sus dos ramas, han escogido a María como su Patrona y Madre espiritual y tienen siempre ante los ojos del corazón a la Virgen Purísima que a todos guía hacia el perfecto conocimiento e imitación de Cristo.
Florece así una intimidad de relaciones espirituales que incrementan cada vez más la comunión con Cristo y con María. Para los miembros de la Familia Carmelita, María, la Virgen Madre de Dios y de los hombres, no es solo un modelo a imitar, sino también una dulce presencia de Madre y Hermana en quien confiar. Santa Teresa de Jesús exhortaba con razón: “Imitad a María y considerad cuán grande debe de ser esta Señora y el gran beneficio que es tenerla por Patrona” (Castillo Interior, 3M 1,3).
4 - Esta intensa vida mariana, que se expresa en oración confiada, en alabanza entusiasta y en imitación diligente, lleva a comprender cómo la forma más genuina de la devoción a la Virgen Santísima, expresada por el humilde signo del Escapulario, es la consagración a su Corazón Inmaculado (cf. Pío XII, Carta Neminem profecto latet, 11 de febrero de 1950: AAS 42, 1950, pp. 390-391; Lumen Gentium, 67). Así se realiza en el corazón una creciente comunión y familiaridad con la Virgen Santa, “como un modo nuevo de vivir para Dios y de continuar aquí en la tierra el amor del Hijo a su Madre María” (cf. Ángelus, en Insegnamenti XI/3, 1988, p. 173).
Nos ponemos así, según la expresión del beato mártir carmelita Tito Brandsma, en profunda sintonía con María, la Theotokos, volviéndonos como Ella transmisores de vida divina: “También a nosotros el Señor nos envía su ángel... también nosotros debemos recibir a Dios en nuestros corazones, llevarlo dentro de nuestros corazones, nutrirlo y hacerlo crecer en nosotros de tal forma que nazca de nosotros y viva con nosotros como Dios-con-nosotros, el Emanuel” (De la ponencia del beato Tito Brandsma al Congreso Mariológico de Tongerloo, agosto de 1936).
Este rico patrimonio mariano del Carmelo se ha convertido, con el tiempo, a través de la difusión de la devoción al Santo Escapulario, en un tesoro para toda la Iglesia. Por su simplicidad, por su valor antropológico y por su relación con el papel de María respecto a la Iglesia y a la humanidad, esta devoción fue profunda y ampliamente acogida por el pueblo de Dios, al punto de encontrar su expresión en la memoria del 16 de julio, presente en el Calendario litúrgico de la Iglesia universal.
5 - En el signo del Escapulario se evidencia una síntesis eficaz de espiritualidad mariana, que alimenta la devoción de los fieles, haciéndolos sensibles a la presencia amorosa de la Virgen Madre en sus vidas. El Escapulario es esencialmente un “hábito”. Quien lo recibe es agregado o asociado en un grado más o menos íntimo a la Orden del Carmelo, dedicada al servicio de Nuestra Señora para el bien de toda la Iglesia (cf. Fórmula de imposición del Escapulario, en el “Rito de la Bendición e imposición del Escapulario”, aprobado por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, 05.01.1996). Quien viste el Escapulario es introducido en la tierra del Carmelo, para que “coma sus frutos y productos” (cf. Jer 2, 7), y experimente la dulce y materna presencia de María, en el esfuerzo cotidiano de revestirse interiormente de Jesucristo y manifestarlo vivo en sí para el bien de la Iglesia y de toda la humanidad (cf. Fórmula de imposición del Escapulario, cit.).
Son, por tanto, dos las verdades recordadas en el signo del Escapulario: por un lado, la protección continua de la Virgen Santísima, no solo a lo largo del camino de la vida, sino también en el momento del paso hacia la plenitud de la gloria eterna; por otro, la conciencia de que la devoción a Ella no puede limitarse a oraciones y homenajes ocasionales, sino que debe constituir un “hábito”, es decir, un punto de referencia permanente del comportamiento cristiano, tejido de oración y vida interior, mediante la práctica frecuente de los Sacramentos y el ejercicio concreto de las obras de misericordia espiritual y corporal. Así, el Escapulario se convierte en signo de “alianza” y de comunión recíproca entre María y los fieles: en efecto, traduce de manera concreta la entrega que Jesús, en la cruz, hizo de su Madre a Juan, y en él a todos nosotros, y el acto de confiar su apóstol predilecto –y nosotros– a Ella, constituida nuestra Madre espiritual.
6 - De esta espiritualidad mariana, que transforma interiormente a las personas y las configura con Cristo, primogénito entre muchos hermanos, son un maravilloso ejemplo los testimonios de santidad y sabiduría de tantos santos y santas del Carmelo, todos ellos vivieron a la sombra y bajo la protección de la Madre.
¡También yo llevo en mi corazón, desde hace mucho tiempo, el Escapulario del Carmen! Por el amor que tengo a nuestra Madre celestial, cuya protección experimento continuamente, deseo que este año mariano ayude a todos los religiosos y religiosas del Carmelo y a los fieles devotos que la veneran filialmente, a crecer en su amor y a irradiar en el mundo la presencia de esta Mujer del silencio y de la oración, invocada como Madre de la misericordia, Madre de la esperanza y de la gracia.
Con estos deseos, concedo de buen grado la Bendición Apostólica a todos los frailes, monjas, hermanos, laicos y laicas de la Familia Carmelita, que se esfuerzan tanto por difundir entre el pueblo de Dios la verdadera devoción a María, Estrella del mar y Flor del Carmelo.
Vaticano, 25 de marzo de 2001
Joannes Paulus II